A Felipe le apasiona recuperar la calidad del agua alrededor de su chinampa, su pequeña parcela de tierra, como un primer paso para recuperar vida en el agroecosistema. Las chinampas eran islas artificiales flotantes hechas como una canasta de cañas en las que se recolectaba materia orgánica para generar suelo y producir alimentos en medio de un lago. El ingenioso sistema de cultivo prehispánico de las chinampas en Xochimilco, al sur de la Ciudad de México, está hoy amenazado. Ahora las islas ya no flotan, sino que son parcelas separados por canales. El agua está contaminada y las chinampas se utilizan para fiestas de fin de semana y producción industrial de flores. La Ciudad de México está muy atrasada en políticas agroecológicas que protejan su agrobiodiversidad.
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México es un país con una enorme agrobiodiversidad derivada de sus variados ecosistemas, diversas culturas indígenas y campesinas que permanecen arraigadas a la tierra, y una rica tradición culinaria que pocos lugares del mundo pueden igualar. La riqueza de los conocimientos agroecológicos y las prácticas creativas son las que mantienen viva la agricultura. Sin embargo, la agroindustria es poderosa en México, está inmersa en acuerdos de libre comercio y ha visto recompensada su trayectoria capitalista con el aumento del PIB en la última década. A pesar de la escasez de políticas de apoyo a la agroecología, el gobierno actual muestra signos de invertir en la salud de su gente y su tierra. En 2020 se aprobó una ley nacional que obliga a etiquetar los alimentos industriales para alertar a los consumidores por su alto contenido en grasas o azúcares, y se publicó un decreto presidencial que prohíbe la siembra de cultivos transgénicos, y además proclamó la eliminación progresiva del glifosato. El gobierno nacional hace un esfuerzo por reconocer y apoyar las iniciativas agroecológicas, por ejemplo, apoyando los mercados de agricultores y ofreciendo formación para mejorar las técnicas de producción. Medidas y políticas como éstas han sido, y siguen siendo, lideradas por los movimientos sociales de todo el país, que desde hace tiempo han emprendido acciones para acompañar a los agricultores, proteger la gran agrobiodiversidad, prácticas y tradiciones, y recuperar lo que se ha perdido, además de impulsar políticas y prácticas que mantengan los valores sociales en el centro de sus medios de vida. Además, estos movimientos se ven impulsados por un número creciente de jóvenes que exigen formas diferentes de relacionarse que los (re)conecten con su tierra y sus alimentos.
FELIPE Y A LAS CHINAMPAS HOY
Felipe es un “chinampero”, un agricultor de una chinampa, nombre con el que se conoce el sistema prehispánico de cultivo en el lago que rodeaba la Ciudad de México, en una zona al sur de la metrópoli llamada Xochimilco. La ciudad de México se construyó sobre una ciudad azteca situada en unas islas en medio del lago, debido a la protección que el agua proporcionaba frente a los invasores. El nombre ‘chinampa’ viene de la palabra ‘chinampan’ que significa ‘en la cerca de las cañas’ en náhuatl. La escasez de suelo en el paisaje volcánico y las necesidades alimentarias de la población la región hicieron que los agricultores prehispánicos, probablemente de la época de los toltecas, inventaran una forma de generar tierra y hacer islas artificiales para plantar en medio del lago, donde no había más que agua. Lo han hecho tejiendo plantas acuáticas de crecimiento rápido, como cañas en una especie de cesta – de allí el nombre– en la que se acumulaba la materia orgánica. A medida que las capas de esta materia orgánica se descomponía, se plantaban las tres hermanas -maíz, fríjol y calabaza. Estas islas artificiales, que al principio eran flotantes, se renovaban constantemente por el lodo que se acumulaba debajo de ellas. Los agricultores trasladaban el barro desde abajo y lo añadían a la parte superior de las islas como nuevo sustrato de tierra, nutrientes y como forma de mantener el flujo de agua abajo para que el agua siempre estuviera al alcance de las raíces de las plantas.
En la actualidad, estas islas artificiales ya no flotan, sino que son parcelas de tierra separadas por canales. La única forma de acceder a ellos es en pequeñas embarcaciones. El mercado competitivo de la agricultura industrial ha convertido el sistema de cultivo tradicional en una reliquia del pasado, ahora se hace atractiva como lugar turístico. A pesar de haber sido devorado por la urbanización, Xochimilco sigue siendo el pulmón de la ciudad y la razón de que Ciudad de México tenga un clima relativamente suave durante todo el año. Sin embargo, la salinización del suelo por el uso excesivo de fertilizantes químicos y la contaminación del agua por el vertido de residuos urbanos de las industrias cercanas en los canales es lo que queda del floreciente e ingenioso sistema agrícola que alimentó a la ciudad de México durante miles de años.
Hoy en día, la mayoría de las chinampas se utilizan para escaparse de la bulliciosa ciudad y se alquilan para fiestas privadas. Las pocas que aún se utilizan con fines agrícolas se cultivan industrialmente para producir flores para el Día de los Muertos y la Navidad, e incluso para cierta producción ganadera. La escorrentía de pesticidas, herbicidas, fertilizantes y el exceso de estiércol de las prácticas agrícolas insostenibles en las chinampas fluye directamente a los canales agravando aún más el agua ya contaminada. Por lo tanto, el barro utilizado tradicionalmente para reponer el suelo también está contaminado.
Felipe y algunos otros “chinamperos” han vuelto a las chinampas para revivirlas. Felipe había crecido en la chinampa de su familia, pero nunca aprendió a plantar de forma tradicional de sus abuelos. Cuando, ya adulto, decidió volver a las tierras de su familia, que para entonces habían sido cultivadas intensivamente con un sistema de invernadero por uno de sus tíos, empezó por probar las prácticas agrícolas que había aprendido en otras partes de México. Entonces se encontró con viejos “chinamperos” que pudieron compartir con él cómo manejaban el suelo, el agua y las plagas. Felipe y algunos de sus vecinos trabajan ahora en la recuperación de variedades tradicionales como los frijoles que trepan a los árboles, los tomates endémicos, las mazorcas de maíz morado y una diversidad de calabazas, así como con variedades locales de cempazúchitl (Tagetes spp).
EL AGUA EN EL CENTRO
Al volver a la chinampa, como era de esperar, una de las mayores preocupaciones de Felipe era la calidad del agua. Rodeado de agua, a la que sólo se puede acceder en embarcaciones, la salud de su suelo y los alimentos que produce dependían de la calidad del agua. Pero, sorprendentemente, lo que más le interesaba era la forma en que el agua era el centro del ecosistema: si el agua estaba sana, los insectos y la microfauna acuática también volverían, equilibrando las fuentes de alimento disponibles para animales más grandes y anfibios como el ajolote, una especie endémica que aún se encuentra en Xochimilco, una tortuga endémica del lugar, y las aves migratorias que agradecen un lugar de descanso en su largo viaje hacia el sur, y luego hacia el norte.
Pero, ¿cómo se puede limpiar el agua que drena de una red de canales utilizados para verter los desechos de una de las mayores ciudades del mundo? Felipe no se dejó intimidar. Empezó por bloquear uno de sus canales secundarios (apantle) en ambos extremos con roca volcánica para evitar que los peces exóticos invasores entraran en el hábitat. Luego dragó el canal a mano, sacando toda la acumulación de lodo y mugre, y plantó especies para la filtración del agua en diferentes partes del canal. Hoy, en sus 80 metros de canal secundario, ha logrado una calidad de agua que ha devuelto la diversidad de vida a su mini-ecosistema y es la envidia del resto de Xochimilco.
¿Realmente se puede medir en términos monetarios el valor de una lechuga producida con un conjunto de prácticas que devuelve el equilibrio a la flora y la fauna después de más de un siglo de explotación y abuso? No, no se puede. No tiene precio. Las presiones de la urbanización que se traducen en el cambio de uso del suelo ponen en riesgo lo que queda de las antiguas tradiciones en las chinampas. Más allá de las pérdidas socio-culturales que esto supondría, muchas especies animales y vegetales también dependen del descanso del agua y de los espacios verdes, y Xochimilco juega un papel importante en la regulación de la temperatura de la Ciudad de México. Perderlo puede significar que la temperatura se eleve en el valle y provoque consecuencias imprevisibles.
EDUCACIÓN, SENSIBILIZACIÓN Y CONTACTO DIRECTO
Relativamente solitarios en una colosal batalla contra el tiempo, una de las estrategias que estos chinamperos usan para proteger el patrimonio natural y cultural que están recuperando es ofrecer espacios de intercambio y aprendizaje. Felipe y sus vecinos reciben visitantes en sus chinampas a los que enseñan el innovador sistema prehispánico de renovación del suelo y el agua. Con ello, están concientizando, sobre todo a niños, jóvenes y universitarios, de cómo la ciudad depende de la pequeña zona de Xochimilco para regular la temperatura y las lluvias. Esto también ayuda a transmitir mensajes importantes sobre la ecodependencia en una ciudad tan grande que es demasiado fácil vivir desconectada del paisaje natural que la rodea. Poco a poco, este enfoque educativo enseña a la gente la importancia de la zona Chinampera para la Ciudad de México, pero esto no es suficiente.
Poner a los consumidores en relación directa con los productores de las chinampas que están produciendo de manera agroecológica puede ayudar a apoyar la continuación de estas prácticas en las chinampas. El gobierno local facilitó un espacio para un mercado campesino de productos de xochimilco en la zona turística. Hay otras iniciativas que intentan llevar los productos de las chinampas a las mesas de la gente a través de plataformas en línea, y mercados como El Mercado de las Cosas Verdes “Tianquiskilitl”, pero las políticas que facilitan la amplificación de la agroecología están muy atrasadas en México.
POLÍTICAS PARA LA AGROECOLOGÍA EN LA CIUDAD DE MÉXICO
En los últimos años, instituciones como la FAO y algunos gobiernos nacionales, como el anterior en Brasil y ahora en México, hablan de agroecología. Sin embargo, estos discursos suelen centrarse sólo en la faceta técnica de la agroecología, dejando de lado la justicia social. Lo interesante es que las nuevas políticas de México están lidiando precisamente con esto: cómo incorporar las facetas sociales y políticas de la agroecología en las políticas y los nuevos programas. Los nuevos programas y acciones diseñados para fortalecer el movimiento de la agroecología implican no sólo la formación de los productores en técnicas de producción, sino también de los técnicos necesarios para apoyarlos; el desarrollo de comunidades de aprendizaje para construir redes y cooperativas; el aumento de las oportunidades de educación formal en temas asociados a la agricultura y la sostenibilidad, así como a la agroecología en las escuelas y universidades rurales; la inversión en la investigación de la soberanía alimentaria; y, por último, el diseño y la construcción de un museo para honrar al maíz como parte importante de la historia y la cultura mexicanas. Aunque se centran principalmente en la producción agrícola y la ecología de los sistemas de cultivo, estos nuevos programas son un importante impulso para lo que podría ser una dirección prometedora para México. Será un reto incorporar los componentes de justicia social de la agroecología en las políticas y acciones gubernamentales de modo que la agroecología represente una forma de producir y comer que contribuya al bienestar social y medioambiental de los seres humanos y no humanos, y no se convierta simplemente en el nuevo “orgánico”. La agroecología como forma de vida es algo que muchos agricultores mexicanos todavía tienen integrada en sus prácticas, así que esperemos que la experiencia pueda dar forma a la política en la práctica. Queda por ver cómo impactarán estas políticas a lo largo del tiempo, y si pueden constituir un elemento permanente del paisaje político mexicano, que no se vea amenazado por los cambios de gobierno.
Volviendo a Xochimilco, quedan varios retos. La gestión del crecimiento urbano, la contaminación del agua y la valorización pública del valioso ecosistema y el patrimonio cultural son algunos de ellos. Sin embargo, chinamperos como Felipe son un faro de luz que marca el camino, empezando por el que brilla en sus ojos cuando habla de todos los bichos y bestias que han vuelto a los 80 metros de agua limpia junto a su chinampa.
Este articulo fue escrito por Jessica Milgroom, Profesora en el Centro de Agroecologia, Agua y Resiliencia en la Universidad de Coventry en el Reino Unido y Eduardo Quintanar, Profesor en la Universidad Nacional Autónoma de Mexico y la Universidad Iberoamericana en Mexico.
This project has received funding from the European Union’s Horizon 2020 research and innovation programme under the Marie Sklodowska-Curie grant agreement No 844637